miércoles, 7 de enero de 2015

Hermetismo

La tríada hermética: Dios, cosmos y hombre

Primero Dios, segundo el cosmos, tercero el hombre (SH XI, sent. 6).
El hermetismo es completamente unitario en cuanto a la tríada fundamental que estructura la realidad. Debemos considerar a Dios como un cosmos inmóvil, al cielo como un cosmos móvil y el hombre como un cosmos racional (DH I 1), capaz de elevarse hasta el creador y demiurgo. En esta procesión hipostática el hombre es imagen del cosmos, y el cosmos es producto de Dios, cuyo aliento (pneûma) conduce el movimiento de los astros (CH III 2) y une a todos los seres en una cadena simpática. Sobre las otras «fuerzas» que actúan en la creación, tales como la providencia, la necesidad, el destino y la eternidad volveremos más adelante; baste ahora con poseer una visión clara sobre los pilares que sustentan el engranaje de lo creado y su absoluta dependencia (CH XVI 17: Dios-cosmos inteligible-cosmos sensible-sol-ocho esferas-demonios-hombres). Esta dependencia, importantísima para mantener el edificio hermético y sus “aplicaciones prácticas”, es reiterada constantemente en los Hermetica. Las diferentes concepciones de estas hipóstasis fundamentales y los seres intermedios (nos referimos sobre todo al sol como segundo demiurgo entre el cosmos y el hombre) no deben confundirnos, antes bien son intentos de conciliar nuestra tríada primera mediante entidades enlazadoras.
El hermetismo debe ser considerado como una «filosofía plena de vida»: el universo hermético está vivo, y sus entidades regidoras actúan eternamente. La muerte y el vacío no tienen cabida en el hermetismo.

El Macromosmos hermético

La Teología Hermética: Dios

Porque el Bien es inalienable e inseparable de Dios: es Dios mismo (CH II B 16).
El Dios supremo es el principio fundamental sobre el que se articula toda la doctrina hermética. Dios es a la vez padre y bien, creador y demiurgo. Dios es el bien supremo y el óptimo artesano de la creación.
La otra denominación de Dios es la de «padre», en su capacidad de crear todas las cosas. Pues lo propio de un padre es crear (CH II B 17). Y por eso se maldice a los hombres estériles, que no han sabido imitar su obra.
Según esta cosmovisión, Dios se valió del «Verbo» para engendrar al cosmos: El creador habría hecho la totalidad del cosmos no con las manos, sino con la palabra. Piensa por ello que está presente, que existe eternamente, que creó todas las cosas, que es uno y único y que creó todos los seres por su propia voluntad (CH IV 1).

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